En cierta ocasión, un amigo mío fue vapuleado jugando al mus. Al acabar la partida expresó como excusa: Una mala gestión. No se encomendó ni a la suerte de los naipes ni a lo malo que era jugando el mus. Simplemente lo derivó a un problema de gestión, como si una partida de cartas fuese una mera administración empresarial.
Algo parecido hizo el sociólogo Daniel Bell cuando hace más de 55 años escribió su libro “El fin de la ideologías” o cuando Fukuyma después de la caída del Muro de Berlín también escribió “El fin de la historia”. Estos dos autores nos trataban de explicar en sus relatos que las ideologías habían perdido el sentido. Que la ideología, y con ellas el motor de la historia, se había desvanecido ante la realidad incontestable de la economía del mercado y del formalismo democrático.Por tanto, ya no quedaba otra cosa que el desarrollo del pensamiento único. En esa línea, surgieron en EEUU los neocon, los neoconservadores. Intelectuales que apostaba por conservar las esencias y los valores tradicionales. Porque como dijo, Kristol, extroskista y proveedor de ideas de Reagan y de Bush hijo: Los progresistas hemos sido golpeados por la realidad.
Tener ideología pasó a ser casi sinónimo de sectario. Lo bien visto era sumarse al pensamiento único que es poco más que no tener ningún pensamiento. Dar todo por hecho y no cuestionar nada. La única opción posible era la realmente existente. Hasta que llegó el populismo que lo ha cuestionado todo y ha evidenciado que el pensamiento único no es el único posible.
Reconozco que me vi sorprendido cuando recientemente en un acto de la Fundación FAES titulado “Ideas para la sociedad española”, Ruiz Gallardón reivindicó de nuevo el papel de la ideología. Expresó, con convicción, que hoy más que nunca para gobernar hace falta ideología.
Al tiempo que criticó a su partido por caer en la indefinición con el fin de ampliar la base electoral. Gallardón consideró que la única manera de volver a conectar con la ciudadanía es “convocarles a un proyecto ideológico”.
Pero no solo desde la vertiente conservadora se reivindica el reforzamiento de la ideología. También desde el espacio de la izquierda son muchos los pensadores que critican a sus opciones por esa indefinición, reclaman que salgan de la ambigüedad y se sitúen en el campo ideológico de la izquierda.
En definitiva, estamos en un momento donde vuelven a renacer las ideologías, antaño denostadas. Y no es cuestión baladí el momento en que regresan. Vuelven cuando la ciudadanía, de forma muy aguda, se desvincula del poder establecido. Cuando la ciudadanía exige cambios drásticos a sus representantes. La sociedad ya no sólo quiere eficacia y eficiencia en la gestión pública; también quiere compromiso con ellos.
A mi modo de ver que las ideologías se expresen y no se oculten es higiénico en términos de pensamiento. Porque el mismo pensamiento único no era tal; era una forma, como otras, de entender el mundo. La ideología no es la adoración de ídolos sino el resultado de confrontar diversas ideas y realidades. Es un conjunto de referencias que no sólo ayudan a interpretar cómo funciona el mundo sino que también apuestan por unos valores sociales determinados.
De la confrontación dialéctica de las mismas puede surgir algo nuevo. También el refuerzo ideológico puede servir de antídoto al populismo. Porque sólo mediante pensamientos fuertes se combate al populismo como la historia lo ha demostrado.
Félix Taberna, miembro de Co.CiudadaNa