Contamos esta vez con el doctor Iñigo de Miguel, pamplonés afincado en Bilbao y experto en bioética, para hablarnos del tema de la vacunación y la nueva situación en la que se encuentra la pandemia. Comenzó el ponente afirmando que nos encontramos en una situación en la que se limitan derechos ciudadanos en favor de un bien común que es la salud pública. Somos una democracia liberal y no podemos actuar como un país totalitario. Nosotros debemos reducir los derechos ciudadanos con medidas que tengan sentido, razonables, proporcionadas y sostenibles, no vaya a ser que generemos un mal mayor que el que intentábamos corregir. Hay que optar por la medida menos restrictiva, siempre que el resultado sea parecido a otras alternativas más coercitivas.
La crisis comenzó el año pasado, pero no nos enterábamos de la situación, había una gran confusión. Hace un año lo que hoy dice Miguel Bosé les parecería correcto a muchas personas. Porque nos faltaba información. A primeros de marzo Iñigo de Miguel, entre otros expertos, publicó en prensa una petición para que hubiera confinamiento general de la población. Le costó mucho conseguir las 50 firmas de otros profesores y profesionales de prestigio, porque no querían firmarla por el Estado de alteración social en el que nos encontrábamos. No teníamos mucha información para tomar decisiones, pero al final se confinó a la población porque si no colapsaba el sistema sanitario.
Nos explicó el ponente que hay dos tipos de inmunidad la funcional que el individuo sí puede contagiar a otros y la inmunidad esterilizante que el individuo no contagia. Lógicamente debemos controlar cuál de las dos tipos de inmunidad tiene las personas. De ahí que surjan los pasaportes sanitarios. Encerrar a la gente porque sí, es un arresto domiciliario. No se debe confinar tampoco para evitar comportamientos inadecuados de determinados individuos. Eso es un problema de orden público que deberá solucionarse en cada caso. La libertad de movimientos no es un privilegio, es un derecho. Antes se restringió el movimiento a los que habían pasado la enfermedad, ¿se les va a impedir moverse a los vacunados?
Las app de seguimientos de infectados han fracasado. Quizás porque había dudas de qué iban a hacer con los datos, porque primero dijeron que eran anónimas, luego semi anónimas,… Fue mal gestionado.
Las vacunas han llegado mucho más rápido de lo esperado, ha sido un hito mundial que nadie creía posible hace un año. Y aunque no nos gusta el ritmo de vacunación, hay que reconocer que el esfuerzo de los laboratorios ha sido impresionante para fabricar tantos millones de vacunas en tiempo récord. La vacunación obligatoria es poco recomendable y no podría hacerse, salvo en dictaduras, en las que a los que no se quieren vacunar se les detenga y se les inocule. Pero hay otras medidas como las multas que pueden llevar a que la población se vacune, que es otra medida de fuerza. Hay una tercera vía para incitar a la vacunación que es la de prohibir el acceso a determinados espacios a los no vacunados. Algo así está haciendo Israel, donde los vacunados tienen un certificado especial, que no tienen los que presentan un PCR negativo. Parece que en Israel los vacunados tampoco transmiten la enfermedad, puede que funcione la inmunidad de rebaño.
Cuando lleguemos al 70% de la población vacunada se relajarán las medidas, como ya lo están haciendo los países que están llegando a esos niveles. Pero a partir de ahí nos encontramos con un 30% de la población no vacunada que va a salir a la calle observando como el virus no ha desaparecido, pero sí esas medidas de protección para reducir los contagios. Este riesgo también puede incitar a que ese 30% trate de vacunarse. La población más reacia pueden ser los adolescentes, en general, no sufren la enfermedad más allá de un catarro. Los padres ya están vacunados, ¿para qué se van a vacunar ellos? Quizás piensen que es menos peligroso pasar la enfermedad, pero serían personas que pueden contagiar a otros.
El ponente habló de lo que para él ha sido un desacierto que son los PCR, que han sido muy caros, restringidos e incomodos (aunque ya hay PCR que utilizan solo la saliva). No hay riesgo cero, pero sí podría reducirse bastante si se promueve mucho más la realización de PCR masivos. Para ello convendría que hubiera PCR baratos, y también se preguntó ¿por qué no se limitó el precio de los PCR, pero sí las mascarillas? También hay que hacer test de antígenos para entre unos y otros crear espacios seguros. En los vuelos se solicita PCR negativa de máximo 72 horas, pero no es segura, porque puede haber contagios dentro de esas 72 y que la persona pueda contagiar al pasaje. Para ello conviene masificar el uso de todo tipo de test, baratos y disponibles para poder hacerlos prácticamente antes de entrar en los espacios seguros. En Reino Unido hay test gratuitos, en este caso, se genera el problema de los falsos positivos. Otra forma de control son las balizas en espacios cerrados, donde se guarda qué personas han estado dentro y si hay un contagio se informa a los posibles afectados. En cualquier caso, lo importante es ser capaces de crear espacios libres de virus.
En definitiva, falta todavía evidencias científicas para muchas cuestiones, pero ahora se sabe mucho más y se podrá hilar más fino para acertar en esta lucha mundial.