Baden-Württemberg (BW) es uno de los estados federados más prósperos de Alemania. Ahí tienen su sede multinacionales de la automoción como Daimler, Porsche o Bosch; de la informática –SAP—, o del textil –Hugo Boss–. Pero la clave de su riqueza está en la máquina herramienta: muchas de sus empresas, generalmente pequeñas y medianas, son líderes mundiales en sus respectivos sectores. Ese desarrollo industrial no sale de la nada: se trata de la región europea más innovadora en investigación y desarrollo dentro de la alta tecnología. Cuenta con universidades y centros de investigación punteros: Heidelberg, Tubinga y tantos otros. La tasa de paro es del 3,8 %, lo que equivale a pleno empleo.
Esa prosperidad se basa en valores como la laboriosidad, el ahorro y la austeridad (se dice que el origen del pueblo escocés está en un natural de BW, expulsado de su tierra por derrochador y que buscó refugio en lo que luego sería Escocia). Hay mucha riqueza en su territorio, pero se vive con discreción: los alardes están mal vistos.
Se entiende que BW haya votado de modo tradicional a la Democracia Cristiana (CDU), que ha gobernado el estado durante 58 años, de 1953 a 2011. Entre electorado y partido parecía darse una simbiosis perfecta, pero en política no hay matrimonios indisolubles. Los democristianos se adocenaron, no supieron acertar con el relevo de sus dirigentes y de repente y casi sin darse cuenta se encontraron en la oposición. Desde 2011 está al frente del gobierno Winfried Kretschmann, primer verde que preside un gobierno regional en Alemania. Durante la pasada legislatura ha gobernado junto con los socialistas (SPD), pero en las elecciones de marzo estos han sufrido un descalabro y el gobierno perdió la mayoría. Kretschmann buscó un nuevo socio y acaba de firmar un acuerdo de gobierno con Thomas Strobl, líder de la CDU: aunque ha habido precedentes en el ámbito municipal, esta es la primera vez que se da este tipo de coalición en un estado federado.
El documento que recoge el acuerdo de gobierno consta de 138 páginas y constituye todo un ejemplo de madurez y responsabilidad política. Strobl declaraba en el acto de presentación del programa: “No nos hemos buscado, pero nos hemos encontrado”. El presidente Kretschmann añadía: “El acuerdo de coalición no se limita a expresar el mínimo común denominador. Se trata de una coalición en el mejor sentido de la palabra, que está en condiciones de mantener unido al país y guiarlo hacia el futuro”. Y muy importante: todos los objetivos propuestos se pueden financiar sin problemas, algo que no hubiera sido factible en una coalición con los socialistas. Aquí no hay brindis al sol, sino gobierno responsable, al servicio del bienestar general. De hecho, se renuncia al endeudamiento nuevo e incluso se ha previsto reducir la deuda anterior: en la mejor tradición local, no se gasta más de lo que se ingresa.
En el preámbulo del texto se dice que los firmantes buscan el acuerdo y no la confrontación. De esta forma, esperan mejorar la convivencia y reforzar la comunidad. La política del nuevo gobierno se enmarca en un doble eje: sostenibilidad e innovación. En el ADN de los verdes está la preocupación por el medio ambiente, algo que entretanto también asumen los democristianos. En palabras de Kretschmann: “Preservar la creación es un asunto claramente conservador, pero este objetivo solo se puede lograr si se actúa en términos modernos”.
Para concretar, las dos propuestas más destacables son: digitalizar todos los ámbitos de la vida, para lo que se van a invertir cientos de millones, y reforzar la policía –se prevé la incorporación de 1.500 nuevos agentes-. Para el nuevo gobierno, libertad y seguridad se exigen mutuamente. “Cosas veredes…” se podría decir al contemplar a un presidente verde apostando tan fuerte por el orden público. Quedan muy atrás los tiempos en que los verdes cultivaban la lucha callejera como oposición extraparlamentaria (un proceso similar tendrán que hacer en España Podemos y sus grupos afines, si aspiran a durar. Una vez que han asumido responsabilidades de gobierno, tendrían que distanciarse de los okupas y acercarse a las fuerzas del orden. El PSOE hizo ese proceso cuando llegó al poder en 1982. Lo mismo se podría decir, por ejemplo, del PC chileno: tendría que decidir si gobierna o hace más bien oposición en la calle junto con los antisistema).
Es imposible resumir en unas líneas 138 páginas de programa. Por contraste con el clima político español o chileno menciono el epígrafe “Dialogantes con iglesias, religiones y visiones del mundo”. Ahí se dice: “La colaboración entre iglesia y estado es muy importante para nosotros”. El gobierno suscribe los valores judeo-cristianos y agradece la labor pastoral y social de las iglesias, a las que aplica el principio de subsidiariedad.
¡Qué envidia me dan los habitantes de Baden-Württemberg! Y lo mismo vale para su clase política. Donde en nuestros países hay personalismos mezquinos ahí encontramos altura de miras y afán de servicio. Nuestros dirigentes podrían recortar los gastos –y los mítines– de la próxima campaña y viajar en su lugar a Stuttgart para aprender de Kretschmann y Strobl. Es verdad que BW queda más lejos de Chile que de España, pero el viaje es asequible y vale la pena.
Alejandro Navas
Profesor de Sociología de la Universidad de Navarra